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LOS DERECHOS POLÍTICOS DE LOS RESIDENTES EXTRANJEROS:
LA CIUDADANÍA INCLUSIVA
III.2) La reacción identitaria: La ciudadanía comunitarista
y nacionalista.
Las raíces del comunitarismo se hunden en el romanticismo y en
el nacionalismo de mediados y finales del siglo XIX. Teniendo como
vectores los procesos de unificación política en Italia y Alemania, se forjó
un entramado ideológico, filosófico y político que tenía como principal
característica el ensalzamiento de las identidades culturales, étnicas y
nacionales como fundamento de la construcción social, política y jurídica.
No se puede desconocer el papel trascendental que la cuestión religiosa
ha jugado en la construcción del comunitarismo e incluso de los Estados-
nación
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. Otro de los elementos definitorios del comunitarismo fue la
“legendarización” de los avatares históricos de los pueblos y naciones,
adornándolos frecuentemente con matices “cuasi- divinizantes”. Y como
cierre de seguridad, una obsesión por la unidad y uniformidad como la
mejor manera de conservar los valores identitarios.
El comunitarismo y el nacionalismo están viviendo un nuevo periodo
de auge con el fenómeno globalizador. Las migraciones, la diversidad
étnica y cultural que se hacen manifiestas en lugares donde casi eran
desconocidas, los procesos de integración supranacionales... son vistos
como serias amenazas en aquellos lugares de fuerte tradición identitaria,
especialmente en un contexto de fuerte inestabilidad económica y política
como el que vivimos actualmente. Estas circunstancias han provocado
que resurjan en estos ámbitos geográficos con mucha fuerza las visiones
del orden político y social en general, y de la ciudadanía en particular,
donde el mantenimiento de la uniformidad nacional y cultural (y de forma
más o menos velada étnica) se destaca como clave para la supervivencia
de la comunidad que comparte esa identidad.
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Un claro ejemplo del peso del elemento religioso en la construcción de la identidad nacional y del Estado-
nación lo encontramos en los países nórdicos, donde se consolidaron las iglesias nacionales, en las que
incluso en nuestros días el monarca simultanea su papel de jefe del Estado con el de “cabeza” de la Iglesia
nacional.